"Mi madre cocinaba pastas los jueves y domingos; era como que estaba decretado así. Y amasaba el pan para toda la semana. De las comidas argentinas rápidamente adoptamos el asado y también la mazamorra, el locro y el arroz con leche. Mi mamá trajo las recetas de Italia del licor de vino-uva, y también preparaba licores cítricos y de huevo. Y cortaba en trozos delgados parte de la masa de los tallarines, los fritaba y les ponía azúcar. También preparaba ciambelle, rosquetes hechos con una masa de harina y huevo. Después los ponía en agua hirviente un rato, los sacaba y les agregaba azúcar impalpable, y se terminaban de cocinar en el horno de barro. ¡Qué cosas ricas!" Con los ojos iluminados de nostalgia, Rossana Orlandi de Valdez, de 67 años, evoca sus primeros años en Tafí Viejo, tras la llegada desde Tolentino, provincia de Maserata, en compañía de sus padres (Luis Orlandi e Irma Guglielmi) y de su hermana Gabriela, en octubre de 1947.
"Eran épocas difíciles -agrega-. Veníamos a un país en el que no conocíamos a nadie, sin trabajo y sin saber el idioma. Solamente traíamos la buena predisposición para adaptarnos. Tenía 4 años cuando llegamos, y mi hermana, 7. En Italia, mis padres tenían una casa y un campo en el que cosechaban trigo. Decidieron venir porque mi abuelo, Juan Orlandi, ya había llegado en 1912 con otros hijos, antes de la Primera Guerra Mundial. Mi nono murió de una enfermedad unos meses antes de que llegáramos, por eso no lo conocí. Aquí se completó la familia cuando nació mi hermano Arnaldo". La mujer contó que para venir había que sacar documentos en Italia en los que constara que no eran indigentes, que tenían propiedades y que eran llamados por sus parientes.
Su padre comenzó a trabajar con un camión, transportando cemento desde Frías a Tafí Viejo para la fábrica de mosaicos de su hermano. Hizo eso durante 8 años. Después trabajó en los talleres ferroviarios y luego se dedicó al comercio de gas en cilindros y garrafas. Sobre los juegos de su niñez, recordó la payana, la rayuela, el salto de la cuerda, la pilladita y las escondidas. Tanto ella como sus hermanos completaron la educación primaria y secundaria.
"Los chicos esperábamos las fiestas de Navidad y de Reyes. Recuerdo que mi papá cantaba y tocaba con el acordeón tarantelas, saltarellos, valses, pasodobles y tangos. Pero lo que más disfrutábamos eran las fiestas de carnaval y los desfiles de carrozas y murgas. Era algo nuevo, porque aquí -a diferencia de en nuestro pueblo- se tiraba agua, harina, papel picado: la avenida Alem quedaba llena de barro. Los bailes de carnaval y las fiestas de la primavera eran hermosos. También nos divertíamos con las tertulias -bailes en las sociedades Italiana y Española- y los ?asaltos? en las casas: las chicas llevábamos galletitas con picadillo y los varones las bebidas", evoca. Y dice que "todavía hay un corazón que late añorando la tierra en la que nací: los ojos están puestos siempre en el horizonte".